viernes, 28 de agosto de 2009

Ma... quanto tempo ho?

Tan sólo con pensarte tan lejos de mí, siento el suelo desaparecer bajo mis pies...

domingo, 9 de agosto de 2009

Es de noche. El viento empujando las hojas secas sobre el suelo de cemento del patio del colegio suena como las gotas de la lluvia de verano golpeando el pavimento. La sensación es tan real, que me parece incluso oler a tierra mojada.
Mi encierro me crispa, me está volviendo ansiosa. Necesito salir, moverme, simplemente sentarme en un banco al aire libre para tomar una bocanada de aire fresco. Mi dolor me vuelve hipersensible. Mis sentidos se amplifican. Lo oigo todo, lo huelo todo, lo siento todo como si fuese la primera vez. Me siento marearme.
Cuánto echo de menos tu pecho, para recostarme en él, mientras el vello me hace cosquillas en la nariz. Cuánto echo de menos sentir tu aliento en mi nuca, tu brazo bajo mi cuello y tu mano sobre mi cadera. Cuánto echo de menos tu piel suave, dorada, y el olor, el calor, en ese hueco tras tu oreja.
…y cuánto me alegro de pasar esta noche sola, sin nadie, pudiendo recordarlo, imaginarlo todo, como si nunca hubiese terminado, como si todo siguiese igual.
Aún no he pasado una noche contigo, y ya te echo de menos. Tengo un recuerdo de ti sin haberte tocado siquiera. No dejaré que la realidad estropee todo esto… espero que todo siga siendo siempre una fantasía, la ilusión de un recuerdo…
Tengo tantas ganas de que vuelvas, de volver a verte…

domingo, 2 de agosto de 2009

Sí, aparentemente lo tengo todo, aparentemente no me puedo quejar. ¿Pero dicen esas apariencias algo del vacío que siento en mi interior? ¿Alguien puede ver que no hay nada aquí dentro? ¿Es que nadie se da cuenta de que lo único que me llena es el vacío?
Es curiosa la soledad. De repente me di cuenta de que, a las 23.43 horas, estaba pronunciando la primera palabra del día. Era “hola”, por supuesto. La voz se me quedó atrapada en la garganta, como con miedo a salir, como trabada, y tuve que carraspear para darle paso. Había pasado más de 32 horas sin hablar con nadie, sin pronunciar una sola sílaba. Ni siquiera había hablado sola, costumbre por otra parte tan habitual en mí. ¿Estaría ya perdiendo la capacidad del habla? ¿O era simplemente un problema de ocasiones y voluntades? ¿No tenía nadie con quien hablar o es que no tenía ganas de hablar con nadie? ¿Había hecho de necesidad virtud? Aún no encuentro respuesta, y, cuanto más lo pienso, menos claro lo tengo. Sí, me gusta estar sola. ¿Pero, entonces, por qué tanta angustia, tanta necesidad de comunicarme con alguien, de simplemente decir tres palabras, aunque sean palabras incoherentes, sólo por dejarlas salir, sólo por librarme de ellas?