domingo, 2 de agosto de 2009

Es curiosa la soledad. De repente me di cuenta de que, a las 23.43 horas, estaba pronunciando la primera palabra del día. Era “hola”, por supuesto. La voz se me quedó atrapada en la garganta, como con miedo a salir, como trabada, y tuve que carraspear para darle paso. Había pasado más de 32 horas sin hablar con nadie, sin pronunciar una sola sílaba. Ni siquiera había hablado sola, costumbre por otra parte tan habitual en mí. ¿Estaría ya perdiendo la capacidad del habla? ¿O era simplemente un problema de ocasiones y voluntades? ¿No tenía nadie con quien hablar o es que no tenía ganas de hablar con nadie? ¿Había hecho de necesidad virtud? Aún no encuentro respuesta, y, cuanto más lo pienso, menos claro lo tengo. Sí, me gusta estar sola. ¿Pero, entonces, por qué tanta angustia, tanta necesidad de comunicarme con alguien, de simplemente decir tres palabras, aunque sean palabras incoherentes, sólo por dejarlas salir, sólo por librarme de ellas?

1 comentario:

Fuego negro dijo...

En Bloemendaal (Países Bajos) encontré en una ocasión un grupo de unas cincuenta personas que se reunían durante un fin de semana para permanecer juntos en silencio. Decían que en el silencio se podían encontrar a sí mismos y que la quietud llenaba su alma de felicidad.

Y pagaban por ello.

Se ve que hay gente pa tó que dijo el torero Rafael Guerra cuando le presentaron a Ortega y Gasset y éste le dijo que se dedicaba a pensar porque era filósofo.